El bombardeo de Mainila

Las ideas son más poderosas que las armas. Si no permitimos a nuestros enemigos portar armas, ¿por qué deberíamos permitirles tener ideas?
Joseph Stalin.

Los chacales del 39

Corrían los primeros meses de la que sería la última gran guerra de la humanidad (Dios mediante que en verdad permanezca como la última), así como los últimos días del año 1939. La Segunda República de Polonia, el comodín de contención entre el Centro de Europa y la Rusia; había desaparecido en el transcurso del mes de setiembre; vaporizado por los firmantes Pacto de No Agresión entre la Alemania Nazi y la Unión Soviética. Un documento impío y blasfemo para la conveniencia de dos dictadores criminales y genocidas; este garantizo mano libre para que ambos se pudieran encargar de sus enemigos inmediatos.


Una vez que pudo controlar a los Países Bálticos (Letonia, Estonia y Lituania), Joseph Stalin volvió su vista de águila hacia un detalle geográfico relativamente interesante. La capital espiritual del comunismo, la ciudad con el nombre del visionario líder, la ciudad de Leningrado (ahora San Petersburgo) se encontraba a escasos kilómetros de la frontera de Finlandia. Lamentablemente para este pequeño y democrático país en el interior de la península escandinava, su conservador y blanco gobierno provocaba las sospechas enfermas del dictador comunista. Aunque neutral por el momento, la nación dependía de una constante provisión de granos, que debían adquirir o del Reich Alemán o de la cuenca del Donetz en la Unión Soviética. De esta forma, su blanco gobierno podría transferir sus fidelidades al cabo de Berlín, lo que pondría en peligro la ciudad cuna de la Revolución de Octubre y lo ponía en desventaja.

La conspiración

Por primera vez en mucho tiempo, Stalin decidió sentarse a negociar, en lugar de abalanzarse sobre su presa. Las exigencias eran fuertes; la desocupación de veinticinco kilómetros desde la frontera sobre Leningrado a cambio de una porción de territorio en la Península de Carelia, la ocupación de la península de Hanko por treinta años y la garantía por medio de que se desmilitarizaría esta área de territorio. A la luz de los acontecimientos en el verano de 1941, la preocupación del líder comunista tenía mucho sentido. Pero al calor del momento el gobierno finés se negó tajantemente ante las exigencias. La guerra comenzó a rodear con sus fríos dedos el ambiente en la península escandinava.

Con el cinismo que lo caracterizaba, el líder soviético no quiso parecer el agresor ante la historia. Imitando a la Alemania Nazi, el 26 de noviembre de 1939, el Ejército Rojo bombardea la pequeña villa rusa de Mainila, al norte de Leningrado. Se hicieron siete disparos, que fueron detectados desde los puestos de artillería finlandesa. Estos detonaron a 800 metros en el interior del territorio soviético. Aunque Finlandia propuso traer una comisión independiente de la Liga de Naciones, la Unión Soviética, desconsolado por la agresión en su contra, declara la guerra en contra de la nación de Finlandia, a la cual espera derrotar en poco tiempo. La Guerra de Invierno comienza de esta forma.


Consecuencias inesperadas

¿Por qué es tan importante este episodio y esta guerra en la historia del planeta? Aunque olvidada por el público, la Guerra de Invierno es importante por dos razones. La primera es que, debido a las purgas de las cúpulas militares, la actuación de las tropas soviéticas en esta contienda de cuatro meses rayó en lo ridículo. Un eficiente y motivado ejército fines, flexible y acostumbrado a su territorio, humilló al considerado en ese momento el más poderoso ejército del mundo. Con más de trescientas mil bajas en el conflicto, la mayoría más por descuido de sus propios oficiales que por la misma contienda, el desempeño soviético llama la atención del Führer, que toma nota de su debilidad para un momento futuro. 


Este lamentable episodio provoca que el 22 de junio de 1941 la Alemania Nazi lance los dados e invada la Unión Soviética para acabar con su enemigo ideológico de una vez y para siempre. Pero tal como suceden las cosas con quien invade Rusia, los rusos son muy tercos y el invierno es muy frío. Con el tiempo los soviéticos, a pesar de todo su sufrimiento regresan sobre sus pasos y destruyen al Tercer Reich en colaboración con Estados Unidos y Gran Bretaña. Este evento define el mapa del mundo por los siguientes cincuenta años y es el origen de la situación que vivimos en esos tiempos.


En 1994, Boris Yeltsin en calidad de presidente de la Federación Rusa denuncia este lamentable evento como una guerra de agresión, con lo que acaban finalmente años de incertidumbre de este terrible malentendido. Pero este llega un poco tarde, porque una nación pacífica tuvo que pagar con dos guerras, casi cien mil muertos y con la perdida de un quince por ciento de su territorio, la República de Finlandia pagó un alto precio por su libertad. Lo peor del caso es que este fue olvidado por el mundo, salvo para algunos curiosos que gustan de observar la historia con otros ojos.


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